Todo empezó como mi proyecto de fin de estudios de fotografía en la Escuela de Arte, pero acabó convirtiéndose en algo mucho más profundo.

Una cosa tenía clara desde el principio: quería contar una historia.

Guiada por mis inquietudes, me puse a investigar sobre el mundo de la mujer en el cine y de repente la vida me llevó hasta una soprano. Aunque apenas conocía el mundo de la lírica, me sumergí en la vida y trayectoria de Luca, quien se convertiría más tarde en la protagonista de mi historia.

Trabajé cada sesión con la misma ilusión y metodología: pensar el concepto, buscar localizaciones, elegir estilismo, crear atmósferas. En esa búsqueda, las imágenes fueron tomando su propio rumbo y la narrativa se abría paso. Fue un proceso intenso del cual aprendí mucho, y que no habría sido posible sin las personas que se prestaron a ayudarme para llegar a cada fotografía tal y como la visualizaba en mi mente.

Pasado un tiempo, analizado el trabajo desde otra perspectiva, y habiendo cambiado muchas cosas en mi vida personal, tuve una revelación.

Descubrí que todo el tiempo la protagonista de la historia había sido yo misma.

No había podido disociar entre mis sentimientos y mi trabajo creativo, de modo que acabé relacionando algunos aspectos de la profesión de Luca con mis emociones, y de esta manera aparecieron las fotografías en mi imaginación. 

Siempre tuve claro el cómo, pero no tanto el por qué.

De hecho, la propia protagonista me decía que no se reconocía en esas expresiones que yo le pedía, hasta que tiempo después pude confesarle que en realidad era yo quien se sentía de esa manera y que me estaba expresando a través de ella y de las fotografías. 

Era mi historia. Y ella, mi propio espejo.

Esta obra muestra a través del vacío, la soledad y las expresiones hieráticas, la realidad de mis sentimientos en una etapa de la vida en la que todo cambió para mí. Una etapa que terminaba, una mirada que cambiaba, una verdad más cruda pero más real.

Fue El final del principio.